Read this story in English. Se suponía que iba a ser un día perfecto. Alex pensaba levantarse a las 6:30 a.m., alistar a sus hermanos para ir a la escuela y tomar el autobús a las 7:00 a.m. Después de clases, el muchacho de 14 años iba a jugar su primer partido de futbol americano, un evento que había esperado durante semanas. Al fin se iba a poner la camiseta del equipo, de color morado y con cuello de tela de camuflaje. Pero más importante que el partido en sí era que su padre, Manuel, iba a estar allí, junto a la cancha, para vitorearlo y aplaudirlo. Pero ese día, Alex se despertó con los gritos y los sollozos de su madre quien lloraba afuera de su cuarto. Pero cuando se paró de la cama, ya era demasiado tarde. Su padre ya no estaba en casa: iba rumbo a la cárcel del condado, para luego ser enviado a un centro de detención para inmigrantes, donde pasaría los siguientes seis meses en espera de lo que el gobierno decidiera sobre su futuro en los Estados Unidos. Manuel es oriundo de
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